
Cuando alguien muere… y observas quien era… te das cuenta de quien eras tu hasta ese momento.
Cuando ves esa vida en perspectiva y puedes ver el lugar que tu ocupabas.
Cuando miras lo que dejó y cómo lo dejó.
Cuando en ese vacío te estremeces al darte cuenta de una realidad que no veías o no querías ver.
Cuando junto al amargo recuerdo del querer de alguien que ya no está, se une la decepción y el auto reproche por haber permitido y tolerado todo aquello que daña y que creemos que forma parte de las relaciones, de las familias o del amor… entonces surge una nueva aflicción que transitar, ya no desde el dolor de la perdida de una vida (el verdadero duelo), si no de la pérdida de la vida que uno mismo creía tener o vivir.
Sin embargo, ese tránsito se va tornando en un nuevo nacimiento, en una vida nueva que vivir sin todo aquello que hirió y con todo aquello que sí fue desde el Corazón.
Santificar a los que trascienden no es sano ni correcto. Todos tenemos cosas en vida, y no por la muerte nos volvemos ni nos volveremos santos.
Desde el otro lado del velo, podremos ver la realidad que fue nuestra vida en vida, y quizás, se nos permita resarcir aquello que causó un daño.
Mientras estemos aquí, tenemos la oportunidad de cuidar de nuestros sentimientos, de nuestros actos, de nuestras palabras, de nuestros pensamientos…, y amar de verdad.
La muerte nos muestra la realidad de lo que fueron, de quienes creímos ser y de lo que somos.
Con la transformación y aprendizaje que esa experiencia vital nos da, escribamos una nueva versión de nosotros mismos y que con ella, la Luz de la Presente Vida pueda Brillar.
La muerte no existe.
Marga Martin
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